12 junio 2007

Linea 5. 7 estaciones. 16 minutos 24 segundos.



Tus pies me invitaron a seguir descubriendo poco a poco el resto de tu cuerpo. Eran pequeños, muy pequeños, como los míos y además, me hizo mucha gracia ver como tú también pisabas sistemáticamente al derecho con toda la contundencia del izquierdo. Se me escapó una sonrisa que poco pude disimular.

Cuatro estaciones me sobraron para inventarte una vida. Posiblemente no tenía nada que ver con la tuya pero estoy convencida que te hubiera gustado. También me dio tiempo a desear que se estropeara el metro. Hubieran sido unos minutos extra para vencer una contrareloj que irremediablemente ganaba mi timidez. Pero yo no soy la protagonista de una película, así que el metro no se estropeó y tú bajaste en la parada número siete. Antes, tuviste tiempo de regalarle una sonrisa arrebatadora a la pantalla de tu móvil después de recibir un mensaje.
A mi me faltó tiempo para hacerla mía. Exactamente el mismo que me faltó para atreverme.
Al día siguiente volví a coger el la misma línea a la misma hora. No te volví a ver ni ese día ni ningún otro. No me sorprendieron las nuevas normas del transporte público. Tenía cierta lógica prohibir tu sonrisa.